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  • Foto del escritorRonald Hernández Campos

EL LEGADO



Se sabe que dejó una nota cuando se fue al patio a sentarse al pie del árbol de mango; nos dijeron que su hermana Zulay no le puso atención, porque ella como toda mujer rigurosa y metódica – por no decir criada en una época donde sus deseos no eran precisamente los importantes – había elegido la hora exacta de la mañana para lavar la ropa de un tropel de sobrinos que ella jamás pidió. El papel que le dejó su hermano terminó olvidado en la mesa de la cocina de la casa familiar. Hasta en la última fotografía que se tomó en vida, el tío Nautilio llevaba el mismo reloj de pulsera.

Mi tío jamás fue un hombre muy comunicativo, como todos los hombres de nuestra familia: Nautilio fue un sastre de pueblo, un radiotécnico (aparentemente arreglaba radios y televisores) que luego de ver su matrimonio acabado, enterrado como su primogénito y encima haber tenido que desconocer a uno de sus hijos, porque mi abuela tenía la idea de que su nuera era una infiel que iba tras sus fincas, se volvió policía para poder hacer algo con su vida; Tilo - como le decíamos de cariño - sirvió en la guardia civil de Tacares Sur hasta su retiro anticipado por el juicio que tenía pendiente: disparó el arma reglamentaria en circunstancias que nunca se esclarecieron (en la finca de Los Chorros se encontraron casquillos de su arma cerca de donde encontraron el cuerpo de un hombre que aparentemente se ahorcó cerca del río).


Tilo era un hombre muy reservado que se encerraba en su taller, con su máquina de coser a hacer remiendos y encargos para los muchos chiquillos que su hermano Lizanías había dejado en la casa familiar. Pocos de sus sobrinos, incluida yo, jamás llegamos a entender sus motivos hasta entrados los años. En el papel que le dejó a Zulay únicamente dijo: “No es culpa de nadie; el juicio está a la vuelta de la esquina y es muy probable que me condenen por algo que no hice, o que yo no recuerdo haber hecho. Es probable que yo haya estado practicando con la pistola cuando Miguel Rojas se colgó del guarumo. Luz me dejó y solo quedan mis hijos. Mamá: lo siento; perdóneme por las molestias que le causé; mi herencia es para mis chiquillos. A Colbert le dejo mi máquina de coser y las herramientas del taller. Desmonten todo: devuelvan los televisores a los dueños y los chuicas que no pude arreglar. Denle los papeles de los terrenos a Nidia y a Colbert, para que se los repartan como les dé la gana. Solo me queda un reloj, porque a los chiquillos les di algunos… ese es para Antonio… Perdón por las molestias”.


No es algo que yo vaya a olvidar, muchacho. Febrero de 1985. Lo tengo grabado. Era común escuchar balazos en los patios de la propiedad. Tilo solía tirarle a los chayotes y Mamá se enojaba. No recuerdo la última vez que lo hizo; creo que le hacía falta todavía como un mes para que lo pensionaran. Le habían rechazado los papeles porque tenía el juicio donde debía testificar o al menos aclarar si estuvo presente cuando murió Miguel Rojas. Ya de eso nadie se acuerda, pero dicen que encontraron balas que le pertenecían a su arma cerca del lugar donde se colgó; yo de esas cosas no entiendo, muchacho, porque cómo lo iban a incriminar si Miguel estaba colgado de un guarumo, intacto, bueno, salvo por lo que le hayan hecho los zopilotes, vos sabés, pero agujeros de bala no tenía…


Yo lo veía triste desde hacía varios años antes de que empezara con los trámites de la pensión: se había devuelto de Quepos por orden de Mamá en el 78 - una cosa así, la verdad es que la fecha también se me confunde a veces -; ella era de esas mujeres de antes que ordenaban el mundo a través de palabras contundentes: “véngase ligero para la casa” y a pesar de cualquier deseo contrario había que obedecer; él le comunicó en telegramas, cartas, incluso cuando hubo teléfono, que vivía peleando con Luz, que él sentía que algo no andaba bien. Nadie entendía por qué. Mamá fue la que dijo que esa señora se metía con otros hombres y eso empezó a amargar a Tilo, hasta que la misma Luz le dijo que se largara, que sí tenía a otro y que nunca más la buscara. El divorcio vino a rematarlo cuando le tocó desconocer al último hijo que tuvo Luz: Mamá decía “ese chiquillo es de otro; andá al registro a cambiarle el apellido” ... Nadie entendía por qué ella afirmaba eso, pero mi hermano nunca fue hombre de carácter - herencia de mi papá - y con el divorcio vino después el bajonazo que le dio… Dejó de arreglar ropa, ya no cosía, mucho menos arreglaba radios o televisores. Yo como su hermana traté de animarlo y le dije que se fuera a alistar en la guardia civil, para ver si se pensionaba en unos años… me hizo caso...


El año en el que ocurrió lo de Miguel Rojas, Tilo andaba muy cabizbajo, como que algo le pasaba. Yo le vi un reloj de pulsera muy bonito que no le conocía y le pregunté cuándo se lo había comprado: “este reloj fue lo último que me compré estando con Luz”, fue lo que me respondió. Al tiempo de eso, encontraron el cuerpo de Miguel y el asunto de las balas en la finca. Jamás me atreví a preguntarle nada a Tilo ni mucho menos me puse a atar cabos de nada: en esos tiempos yo criaba a varios hijos de mi otro hermano porque se le ocurrió la genial idea de morirse en un destierro de Upala: el tiempo de los que quedamos atrás, amarrados al mundo y a obligaciones que no pedimos, es la mayor tortura cuando se tiene que apechugar por cosas que a uno no le correspondía vivir, pero le tocaron, muchacho.


Yo sé muy pocos detalles de por qué pensaban llevar a juicio, o por lo menos a declarar, a Tilo. Éramos hermanos, pero nunca me metí en sus cosas. Yo era una mujer soltera que tenía demasiados enredos por culpa de las estupideces de otros como para encima andar detrás de todo el que se comportara de manera extraña. El caso de Miguel Rojas fue muy raro: un hijo de terratenientes de Tacares, con la vida resuelta por los negocios de sus familiares con los cañales, los cafetales y cuanto producto pudieran dar sus tierras (conseguidas de diferentes formas en el tiempo de la guerra del 48). Miguel le había echado el ojo a la finca de Tilo y él jamás quiso venderla. En la cantina y en el billar siempre se hicieron propuestas de compra-venta; no obstante, Tilo siempre se rehusó. Yo me pregunté siempre por qué: Nautilio era el mayor de nosotros y siempre odió esa finca. ¿Por qué no haberla vendido? Al igual que le habría ocurrido después a Tilo, a Miguel Rojas se le fue la esposa; empezó a perder cosechas, dinero, la paz. Eso decían, yo la verdad es que no me acuerdo. Lo único que sé es que cuando encontraron a Miguel alguien dijo que le faltaba el reloj; yo creo que por eso y por las balas fue que a mi hermano lo mandaron llamar a testificar y le abrieron una investigación. Era absurdo pensar que se habían topado: Tilo no subía a Los Chorros, a no ser que fuera por alguna orden de la policía; además tenía varios relojes de pulsera... no veo la conexión entre una cosa y la otra…


Al final, pues no hay mucho qué decir: el día que Tilo se voló la tapa de los sesos yo estaba lavando; fue temprano, eso sí lo tengo grabado. Él llegó y yo casi no le puse atención. Estaba vestido como de costumbre: con sus anteojos, camisa a cuadros, el pantalón muy bien planchado; llevaba como siempre la pistola en la cintura. Yo asumí que iba a practicar con ella como siempre: los chayotes eran sus blancos preferidos. Él llegó al patio de atrás de la casa familiar, donde estaban la cocina y el cuarto de lavado. Había una mesa en la cocina porque a veces algunos desayunaban ahí (a Mamá no le gustaba que los chiquillos de Lizanías comieran en la sala). Tilo me habló y me dijo “Zula, ¿estás ocupada? Ahí te dejo esto. Leelo cuando tengás tiempo…”; yo simplemente me limité a decirle que “ajá” y no le pregunté qué era. Él sabía que me gustaba leer, pero no me dijo de qué se trataba. Cuando al rato escuché el balazo, sin explicación alguna me recorrió un escalofrío y me bajó una lágrima; me pareció una sensación extraña, considerando que. Fui a la mesa y encontré el reloj y la agenda con su última voluntad. Ya cuando llegué al patio, al palo de mango, él había fallecido: la bala le había salido por la cabeza y según los forenses murió al instante… ¿Qué pasó con lo que él escribió? Pues Mamá ordenó que se cumpliera su voluntad: le di el reloj a nuestro sobrino Antonio… ¿Quién era él? Bueno, vos lo conociste muy poco porque tu mamá no los dejaba acercarse a él y su familia, pero era el mayor de los sobrinos, el primogénito de Lizanías. Lo habíamos criado Mamá y yo porque era un chiquillo muy enfermizo… ¿Qué pasó con él? Bueno, él murió hace unos años...

Me acuerdo que el reloj que más apreciaba el tío Nautilio jamás se lo quitaba, un Casio plateado que lucía cuando lo veía uno arreglando radios. “Tío, ¿por qué no me vende ese reloj?”, solía preguntarle, a lo que él muy paciente – sin dejar de poner y quitar tornillos, transistores, resistencias y demás partes de los aparatos – respondía que no era para mí:

– No, muchacho, este reloj se lo voy a dar a Antonio…

– ¿Pero por qué, si él ya tiene varios que le ha dado la abuela?

– Porque a mí me da la gana, muchacho, así que no sea impertinente y páseme el destornillador phillips y cállese para trabajar tranquilos, o vaise de aquí ligero…


Yo me limitaba a asentir y a ayudarlo porque me gustaba entender cómo funcionaban los televisores, un conocimiento que unos diez o veinte años después sería completamente inútil porque ya nadie tendría un armatoste como los que solían traerle a mi tío. Pensé que en algún momento yo heredaría el taller de Tilo: nunca sucedió; le dejó sus herramientas a su hijo mayor cuando se pegó un tiro. Ni el reloj me lo quiso dar: terminó en la mano de mi hermano Antonio, un tipo que estaba mal de la cabeza - o al menos a mí siempre me lo pareció - y que apenas pudo le robó los ahorros de una vida a mi abuela y se largó a gastarlos a las playas del Pacífico; regresó poco antes de que muriera Tilo, supuestamente arrepentido (bueno, cualquiera se arrepentiría si se queda sin dinero para despilfarrar en guaro y en putas).


Jamás entendí por qué Tilo le habría dejado algo, considerando que Antonio era un borracho y un ser violento que quiso acabar con sus propios hermanos porque siempre nos aborreció: cuando nos trajeron huérfanos de la misma madre que nunca lo habían dejado conocer (ella murió después de tenerme a mí y Zula me crio como suyo, aunque nunca me dejó decirle mamá), Toño nos vio como amenazas: él fue el primer nieto, el primogénito de nuestra casa, el más querido por la abuela de la que nunca se separó, incluso después de haberle robado montones de veces… A pesar de todo eso, Antonio recibió aquella herencia simbólica del tío Nautilio. Sin embargo, él mismo en el velorio dijo que lo que más le habría gustado recibir de Tilo hubiera sido su pistola. ¿Que dónde terminó el reloj? Bueno, eso es una cosa extraña porque nunca se deshizo de él: vivió cambiándole la pila al reloj, empeñando hasta el modo de andar; jamás quiso que nadie le tocara ese reloj; lo cuidó más que a sus hijos, hasta que un día Alfonso, tu hermano, se lo pidió. Estaban ustedes muy carajillos. Todavía Antonio vivía en la casa que le había pertenecido a mi papá, en una de las propiedades de la familia. Mientras jugaba con tus primos, los hijos de Antonio, Alfonso fue a ver al tío que parecía un roble viejo mal encarado, violento, agresivo y tosco… Pero ese chiquillo era su némesis: siempre sonriente, le gustaba jugar bola y andar en bici, siempre educado, nunca hablaba sin permiso, ni pasaba preguntando cosas que no debía como vos...


Un día se metió a la casa de Antonio, fue al cuarto de él, lo despertó - cosa que habría sido un golpe seguro para cualquiera - y le dijo que si lo dejaba usar el reloj que él usaba, o eso es lo que contó el mismo Alfonso, yo la verdad no sé. El caso es que se probó esa reliquia… Antonio no se lo regaló, a pesar de que el chiquillo le suplicó que se lo diera o que se lo vendiera… No hay mucho más acerca de la herencia de Tilo, que yo me acuerde, ni mucho menos que se hubiera resuelto algo sobre la muerte de Miguel Rojas. El caso al final se cayó porque los tiros que encontraron del arma de mi tío podían haber sido disparados en fechas anteriores; no había ninguna seguridad.

Yo creo que el reloj tenía algo que ver, pero Antonio jamás quiso comprobar si había pertenecido a Miguel. Para él, Tilo se lo dejó en su “testamento” y eso fue todo… El reloj no desapareció, que yo sepa, ni mucho menos Antonio lo vendió; vendió propiedades - hasta una que no le pertenecía - y a sus propios hermanos nos dejó sin la herencia de mi mamá. Después creo que le vinieron las enfermedades - la diabetes, la hipertensión, el cáncer que lo mató -; yo pienso que fue alguna especie de justicia divina, llamalo así si querés, que de alguna forma hizo que empezara a declinar el hombre que creía que solo necesitaba fuerza bruta para salir adelante… Lo raro es que ese mismo año, por lo menos unos meses antes, tu hermano murió y en octubre de ese año (creo que fue en 2007), murió él también. Yo sé que a vos te afecta, pero decime a quién no: saber que tu hermano se mató igual que mi tío no fue algo que nadie en la casa deseó revivir ni mucho menos entender. Tu madre dice que fue un accidente: Alfonso estaba demasiado borracho y drogado como para saber lo que hacía, supuestamente… La vida no está hecha para que entendamos todo lo que ocurre en nuestro tiempo en el mundo, sino mucho después, cuando ya nos hemos ido… Se fue Alfonso y al tiempo Toño, ambos eran el primero de su generación… Alfonso fue nuestro primer sobrino, el más querido; Antonio fue el hermano mayor más detestable que pudieras imaginar… ¿Por qué te llama la atención que no enterráramos a Antonio con el reloj de Tilo? Nadie encontró ese reloj nunca…



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